Uno

Se escuchan las campanas de la iglesia.

Uno, dos, tres.

Silencio.

Uno, dos, tres.

Abre los ojos lentamente y de inmediato se los cubre con la mano por el sol que entra por su ventana. Los pájaros cantan como de costumbre. Al incorporarse en la cama se da cuenta de que el piso está mojado; producto de la tormenta que no lo dejó dormir por la noche, o más bien, producto de la gotera que trajo consigo la tormenta. Sin darle mucha importancia, se levanta, pisa el agua descalza y baja a la cocina. Se encuentra con Mauricio hambriento y más cariñoso que de costumbre. Lo saluda y procede a prender la cafetera. Rápidamente el olor inunda cada rincón de su casa. Mauricio se acerca y Valeria lo toma entre sus brazos para plantarle un beso. Casi automáticamente el gato comienza a ronronear. Le da de comer, toma una taza y se sirve café. Una cucharada de azúcar. Mejor dos. Así le gusta a Jorge. ¿O sería más correcto hablar en pasado? No, todavía no se acostumbra a su ausencia. Se dirige a las escaleras.

Un escalón, dos escalones, ratón de plástico de Mauricio, tres escalones… quince escalones.

No había notado la poca importancia que le daba a las cosas. Como cuando Jorge le había dicho la semana pasada que uno de los azulejos del piso del patio trasero estaba roto. Valeria con trabajo podía recordar el color del azulejo de la sala. No había notado lo ajena que era ante la vida. Se movía como un robot.

Derecha, izquierda, café, enfrente, atrás, trabajo, enfrente, izquierda, derecha, cama.

Entra al baño de su habitación y se mira en el espejo. Jorge siempre se quejaba de lo desordenada que era y ella no podía entender cómo el podía ser tan… tan controlador. Las ojeras que tiene no se le quitan, mucho menos los ojos rojos. Cada que está a punto de recuperar el ánimo, las lágrimas vuelven a brotar. Se enjuaga la cara y se pone sus lentes de sol. Antes de antier no los había usado más que para cubrirse del sol. Pero no soporta verse así, ni que Mauricio la mirara así; ella sabe que también es difícil para él. Debe sentirse abandonado y preguntándose porqué Jorge no lo llevó con el, porqué tuvo que quedarse con la descuidada que a duras penas recordaba su dirección. Hay cosas que un gato no puede entender.

Se recoge el cabello, se pone un pantalón y un largo saco negro, mismo que Jorge le había regalado en su cumpleaños veintiocho. De su habitación toma los primeros zapatos que ve y le da una mirada rápida al agua de lluvia. Toma sus llaves del buró y su bolsa. Echa lo esencial. Un paquetito de kleenex, su cartera, gotas para los ojos.

Hay cosas que los gatos no pueden entender. Hay una cosa que ella y un gato no pueden entender: la muerte.

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